lunes, 13 de julio de 2009

Y ya está.

Te vas. Sí, te vas. Te escucho desde la otra punta de la casa hacer las maletas. Según tu esto no lo aguantas más. No voy a moverme de la silla. Sé que al final te arrepentirás y no saldrás por la puerta. Está todo tan en silencio. Solo se oye el ruido de abrir y cerrar cajones. Solo se escucha abrir y cerrar la puerta del armario. Pero aquí me quedaré. Ya te darás cuenta de lo que haces. No pienso ir detrás de ti. Esto parece tan infantil que aquí me voy a quedar. Comiéndome las ganas de decirte que no lo hagas. Pero no. Allá tu.

Quizás es que esto no funcionó desde el principio. Quizás nos demos cuenta de esto ahora. Pero qué estupidez. Voy a dejar que te vayas sin hacer nada. Aunque tu parece que no tienes ganas de impedir que esto ocurra. Me levanto. Me asomo al cuarto. Respiro.

Qué pasa. Qué vas en serio o qué.
¿Quieres que vaya en serio?
Tu sabrás lo que haces. Eres ya muy mayor para tomar tus propias decisiones.
Mira, esto no va a acabar en otra discusión.
Ves, es mejor que me vaya.
Adelante hazlo. Ya está, no voy pedirte nada.
Es que no me has pedido nada. Esto es lo mejor.
Pues ahí tienes la puerta.

Me mira. Es que no puedo dejar que esto pase. Sus ojos se clavan tan hondo. Y con esta última frase creo que acabo de hacerle más daño. Ya no me dice nada. Está cerrando la cremallera de la maleta. Hasta ella parece decirle no te vayas. Le está siendo difícil cerrarla. Desiste. Sale del cuarto. Y sin saber por qué le sigo. Se ha parado de espaldas delante de la puerta de casa. Se ha parado y no se mueve. Se da la vuelta. Me mira. Se va a ir.

Adiós.

Y cierra. Y de repente todos los buenos momentos que hemos vivido pasan por mi mente a cámara rápida. Y de repente no está. No sé si seguirá tras la puerta. Pero vuelve. Vuelve por favor. Si es que yo te quiero. Te quiero y ya está.